La semilla, el recurso estratégico para la alimentación de los pueblos
En el transcurso del tiempo siempre ha sido el hombre junto a sus comunidades quienes han desarrollado distintos tipos de plantas con propiedades específicas utilizando las técnicas y conocimientos que le han garantizado su supervivencia frente a las adversidades de la naturaleza.
Existen más de 500 etnias latinoamericanas con formas de producción que han mejorado y perfeccionado los cultivos nativos; siendo los campesinos los que producen el 70% del alimento, pero tan solo un 20% controla su sistema productivo.
En este sentido, la semilla juega un rol estratégico para la producción y el desarrollo nacional ya que es el primer eslabón de cualquier cadena productiva, por lo que su posesión, producción y comercio garantiza la soberanía alimentaria y el desarrollo agropecuario exitoso de un país.
La superficie mundial de cultivos biotecnológicos, mejorados genéticamente, aumentó 110 veces de 1,7 millones de hectáreas en 1996 a 185,1 millones de hectáreas en 2016. La comercialización de estos cultivos, alcanzó un total acumulado de 2,1 mil millones en 21 años (1996-2016).
En 2016, el valor del mercado mundial de cultivos biotecnológicos, fue de US$15,8 mil millones lo cual representa el 22% de los US$73,5 millones del mercado mundial de fitosanitarios (paquetes tecnológicos para la producción) y el 35% de los US$45 mil millones del mercado mundial de semillas comerciales.
El problema subyace en la concentración de la tierra, los cultivos y por ende de la comercialización del alimento, en detrimento de la soberanía alimentaria y tecnológica de los países latinoamericanos. Tal es así que Estados Unidos sigue siendo líder en la comercialización mundial de cultivos biotecnológicos desde 1996.
Brasil conservó su segundo puesto en el ranking mundial detrás de los Estados Unidos, con 49,1 millones de hectáreas de cultivos biotecnológicos sembrados, lo cual representa el 27% de la superficie mundial de 185,1 millones de hectáreas.
Por otro lado países como la Argentina mantuvo su puesto en el ranking como el tercer productor más grande de cultivos biotecnológicos del mundo en 2016, con una ocupación del 13% de la superficie mundial.
Detrás de escena
Cada semilla que se siembra tiene alguna intervención tecnológica. Y quién controla ese desarrollo, incide también en los demás eslabones y etapas de la producción primaria.
Así, el desarrollo de la genética de semillas pone en juego el control de la cadena productiva y su régimen regulatorio y de propiedad. Buscando desintegrar el conocimiento ancestral de las comunidades campesinas de nuestro continente.
El mercado global de agroquímicos y semillas supera los U$S 100.000 millones y pasará a estar dominado por una trilogía de empresas que se harán con el control del 60% del mismo.
Bayer-Monsanto, Syngenta-ChemChina, Dow-Dupont, son las mega-corporaciones que controlarán el 60 por ciento del mercado mundial de semillas comerciales (incluido casi 100 por ciento de semillas transgénicas) y 71 por ciento de los agroquímicos a nivel global.
Estas gigantes, aun en pleno proceso de fusión, buscan imponer su forma de producción agrícola a nivel global. Para ello, necesariamente avanzaran sobre todas formas de producción y la cultura agroecológica de los pueblos. Por lo que este proceso de concentración representa un peligro para la soberanía alimentaria y tecnológica a nivel global.
Su estrategia será la del “lobby”, para obtener leyes de propiedad intelectual más restrictivas o para ilegalizar los intercambios de semillas, con normas fitosanitarias y obligación de usar semillas registradas; sumadas a que los programas para el campo y los créditos agrícolas serán condicionados al uso de quienes se adecuen a estas normas.
La soberanía alimentaria no busca únicamente resolver el hambre en el mundo, sino aportar una alternativa ante el modelo productivo actual. A su vez, considera el derecho a la alimentación como un Derecho Humano fundamental. Como base para su cumplimiento aboga por una reforma agraria que garantice el acceso a la tierra de los campesinos, así como unas condiciones dignas para su trabajo. Por otro lado, apuesta por la protección de los recursos naturales y a la reorganización del comercio de los alimentos, priorizando el intercambio local y el desarrollo de las comunidades, en la medida de lo posible, como herramientas para el “cuidado de la casa común” en palabras del Papa Francisco.
En este sentido, frente a la apropiación que realiza el capital, del conocimiento ancestral de las comunidades latinoamericanas, y frente a la transnacionalización de la tierra y de todos los recursos naturales, la soberanía alimentaria apuesta por un cambio de paradigma productivo que trascienda la globalización del hambre y favorezca el desarrollo de los pueblos.
En este marco se hace indispensable construir una agricultura transformadora, en pos de garantizar una genuina soberanía no solo alimentaria sino también tecnológica, de forma talque se logre una integración del conocimiento, de la que emerjan los principios fundamentales de una agricultura sustentable que se anteponga ante la mercantilización y al hambre de nuestros pueblos, y garantice el acceso universal al alimento.